miércoles, 1 de abril de 2015

10 CONSEJOS SOBRE VENTAS PARA EMPRENDEDORES



  • Por cada euro que dedicas a i+d calcula que necesitarás 10 euros más para crear el producto y 100 euros más para el esfuerzo de venta. Crear un producto es la parte inicial y más pequeña de tu negocio. Las ventas es donde tienes que poner la mayor parte de tu esfuerzo, tu energía y tus recursos. Muchos emprendedores se centran en crear un gran producto y olvidan que el éxito de una empresa es vender un gran producto
  • Para hacer un gran negocio sólo necesitas dos cosas: un producto fantástico y una fuerza de ventas fantástica. Pon toda tu energía en ello. Todo lo demás es secundario. Piensa constantemente en tu fuerza de ventas. ¿Están formados? ¿Están motivados? ¿Son la gente adecuada? ¿Están bien organizados? ¿Tienen las herramientas que necesitan?
  • Si tienes una red de ventas, asegúrate que la remuneración del equipo de ventas está perfectamente alineado con lo que quieres para tu negocio. Los equipos de ventas maximizan su resultado según los incentivos que les das. Unos incentivos equivocados pueden causarte muchos problemas de post-venta por ejemplo
  • Una de las decisiones que se toman más alegremente y con menos tiempo es la estrategia de precio de tu negocio. Mucha gente pasa meses y meses definiendo su producto o servicio y apenas unas horas pensando en el precio. Llega finales de año y se fijan los precios del año siguiente a ojo de buen cubero y tira millas. Dedícale tiempo y piensa de manera sistemática cuánto cobrar, por qué servicio y a quién. Pocas decisiones hay más importantes que saber cómo establecer tus precios
  • Lo que para ti es una ventaja enorme de tu producto o servicio puede no serlo para tus clientes. Asegúrate que vendes ventajas claras y notorias que tus clientes perciban
  • La gente compra productos o servicios ante todo para solucionar un problema. Si tu negocio se basa en reducir costes o algo que sencillamente es más cómodo... cuidado. Pregúntate ¿cuál es el problema que yo estoy solucionando? Es difícil vender un producto diciendo que va a producir un pequeño ahorro a tu cliente. Muchos clientes pueden verte como una posible fuente de riesgos o problemas. Cambiar a tu producto o servicio para ellos tiene un riesgo: el coste del cambio. Si quieres vender tu producto basado en el ahorro que supone a tus clientes asegúrate que ese ahorro es realmente gigantesco o no será atractivo. Nadie cambia de proveedor por ahorrar unos pocos euros
  • Los clientes que retrasan una compra no son lentos, son pragmáticos, razonables e inteligentes. Todo el mundo sabe que comprar es una oportunidad de equivocarse, si se puede esperar, lo razonable es esperar. Tus clientes retrasarán comprar todo el tiempo posible, tienes que estar preparado para procesos de compra largos

  • Vende a clientes que tengan un "dolor" fuerte. Nadie retrasa la compra de un analgésico cuando le duelen los dientes. Vende cosas estrictamente necesarias y urgentes para tus clientes. Haz que tu servicio o producto sea como agua para un sediento
  • Si piensas en construir un negocio a largo plazo te interesa mantener tus precios bajos durante unos años para evitar atraer competidores. Si subes los precios de tu servicio demasiado rápido inevitablemente atraerás a otros emprendedores a tu negocio y puede que tengas demasiada competencia antes de haber conseguido una cuota de mercado dominante. La rentabilidad a corto plazo está reñida con la rentabilidad a largo
  • Internet es la forma más barata, eficaz, directa y medible de invertir en publicidad para obtener resultados. Antes de invertir en medios tradicionales como televisión o papel, asegúrate que estás optimizando bien tu presupuesto de publicidad en internet... sobre todo si eres una empresa de internet!

Jesús Encinar

Atención al cliente





 Si este resultado se refiriera a un partido de fútbol, el primer resultado quizás sería más conveniente porque proporcionaría mucho mas espectáculo que el segundo y con consecuencias casi iguales para los equipos. Pero si estamos hablando de conseguir un cliente neto más, las diferencias son brutales, porque el coste de la primera sería muy superior a la segunda.

En dos años he pasado mi coche de la Mutua a Mapfre y de vuelta a la Mutua, ya que en ambos movimientos he pagado menos por la nueva póliza que por la renovación que me proponían.

Esta práctica es muy común en muchos sectores de servicios (seguros, telefonía móvil, etc.) donde no existen clientes nuevos y hay que vivir con los que ya tenemos.

Personalmente, creo que la política de premiar la captación de nuevos clientes sobre el desarrollo de la base de clientes en un tremendo error, porque obliga a hacer unos esfuerzos económicos que son difíciles de rentabilizar y que además crean insatisfacción en nuestra base de clientes, porque se interpretan como trato desconsiderado.

En el hipotético caso de que cada competidor se conformase con mantener a sus propios clientes sin salir a cazar a coto ajeno, pero dejando desguarnecido el propio, las facturaciones descenderían menos. Esto es debido a que tanto la competencia de precios como los gastos comerciales y de marketing, serían menores. Así, la cuenta de resultados quizás sería mejor, sin el deterioro que por ejemplo se está produciendo en las saneadísimas cuentas, en otro tiempo, de los operadores de telefonía móvil.

Una actitud así, ¿es realmente hipotética o se podría llevar a cabo? La respuesta es que es hipotética mientras que los managers de negocio no se quiten la losa del pasado para tomar decisiones en tiempo de crisis y se atrevan a hacer las cosas de una manera diferente. La "lógica" de ganar clientes nuevos para crecer está muy viva, y yo no digo que no sea importante ganar nuevos clientes, pero no a cualquier precio y estableciendo una auténtica guerra por el nuevo cliente.

Para crecer ordenadamente hay que dedicar la misma atención al programa de captación de nuevos clientes que a un programa de desarrollo de los actuales. Digo desarrollo y no digoretención, porque mientras que existe una alta dosis de agresividad en los programas de captación, hacia la base de clientes nos dirigimos con una mentalidad de retención: la pieza ya ha caído y si además he firmado alguna clausula de permanencia, ya me ocuparé en su debido tiempo de mantenerla.

Al final, ese debido tiempo nunca llega porque mientras que yo estoy pagando las clausulas de permanencia de los clientes atrapados de la competencia, los competidores están haciendo lo mismo con los míos.

De este modo, un cliente se convierte en un rehén que es abandonado por los gestores comerciales y por las políticas de marketing, recayendo bajo la tutela de los centros de atención al cliente, que normalmente tienen vida propia e independiente de las unidades de negocio: otro craso error.

Los centros de atención al cliente son organizaciones grandes que manejan presupuestos importantes y que se adueñan de las métricas de satisfacción de clientes. En base a estos dos elementos, se suelen sentar en los comités de dirección compartiendo mesa con las unidades de negocio, teniendo vida propia y generando una descoordinación tremenda ante el cliente.
Y de ahí, al culto a la métrica, hay un paso. En mis tiempos era el TRIM y ahora es el NPS, que por una interpretación incorrecta de "el cliente es lo primero", se convierten en la palabra clave para cualquier inversión o para producir infinidad de movimientos tácticos que no sirven para nada y que cuestan mucho dinero, porque como decía antes, el error está en la estrategia de valorar más la captación que el desarrollo de la propia base.

Estos centros de atención, tienden a despistarse, se dedican a hacer estrategias basadas en la métrica y están dirigidos por perfiles de alto nivel. Sin embargo, lo que realmente deberían tener son perfiles de operación que diesen una excelente atención a los clientes.

No quiero ser peyorativo, pero la atención al cliente es una función gregaria del negocio que tiene que poner su foco en la correcta operación de una organización muy grande compuesta por operadores con tendencia a despreciar su trabajo porque es "un coñazo". Así, al final quieren solucionar la satisfacción, pero están contribuyendo a disminuirla por su actuación, que en muchos casos, causa la baja del servicio.

Casa con dos puertas mala es de guardar.....
Antonio Alemán, Asesor de Directivos en el malabar

CÓMO ECHAR A LA GENTE: LAS 10 COSAS QUE HACEN QUE NO VOLVAMOS A UNA TIENDA




¿Por qué, un buen día, dejamos de acudir al bar de toda la vida? ¿Somos personas desleales, que no pasamos una por alto y que no somos capaces de vincularnos emocionalmente con los comerciantes? Todos hemos pronunciado en un momento u otro la sentencia condenatoria “no vuelvo nunca a comprar aquí” (y, en muchos casos, lo hemos cumplido). Un error puntual puede emborronar años de buen servicio, a pesar de que, como pone de manifiesto el informe Descubriendo las claves de una experiencia memorable realizado por IE Business School el cliente español es proactivo a la hora de comunicar sus experiencias positivas, y lo prefiere mucho antes a comunicar sus experiencias negativas.
Lo que está claro, como indican todos los expertos, es que cada vez son más importantes las emociones y la experiencia asociada a estas. Por eso, un sentimiento negativo puntual puede acabar con años de buenas sensaciones. Un interesante estudio realizado por tres profesores de la Universidad de Tilbureg (Holanda) y titulado Los clientes furiosos no vuelven, se vengan: la experiencia y las implicaciones para el comportamiento de la furia y la insatisfacción en el servicio analizaba las dos tipologías de reacciones que existen entre los clientes que han recibido un servicio insatisfactorio, muy diferentes entre sí: la insatisfacción y la furia.
Muchos comerciantes no son conscientes de los errores que les hacen perder clientes. El artículo señalaba que “los clientes que se sienten insatisfechos, por lo general buscan información y una explicación de por qué ha ocurrido ese error en el servicio”. Sin embargo, estos, a diferencia de los clientes furiosos, no tienden a quejarse, sino a investigar en si el fallo ha sido su propia responsabilidad. El cliente furioso es mucho más peligroso, ya que suelen quejarse –a la propia compañía y a terceros– y en algunos casos pueden llegar a poner en peligro la integridad física de los trabajadores de aquella empresa que los ha decepcionado. Un comportamiento habitual entre estos clientes furiosos es quejarse a una tercera instancia, que en muchos casos, son sus propios amigos o familiares: otros potenciales clientes que probablemente jamás llegarán a pasar por nuestro establecimiento.
Hemos querido preguntar a nuestros lectores cuáles han sido sus peores experiencias en el comercio, particularmente en lo que se refiere a la hostelería, y a continuación presentamos algunas de sus respuestas. Por fin, el momento de quejarnos de todas aquellas tiendas y restaurantes que nos han tratado mal, y que, lo peor de todo, ni siquiera eran conscientes de que su actuación los estaba haciendo perder clientes, ha llegado.
  • Que te cobren las bolsas en el supermercado”. Quizá no sea la más habitual, pero resulta altamente significativa como reflejo de la problemática que late debajo de muchos de estos problemas. “Yo estoy de acuerdo en que se cobre por las bolsas, por razones medioambientales, que es la única razón que aducen los comercios”, indica Víctor Molero, profesor de marketing de la Universidad Complutense de Madrid y director del Observatorio de Prácticas del Marketing. “Pero también es una forma de ahorrar costes, que es lo que ocultan las empresas. No somos tontos”. En ese caso, lo que estaría fallando es “el necesario diálogo claro, fluido y honesto” entre comercio y cliente.

  • “Que me atiendan mascando chicle, más si es con la boca abierta”. El difícil equilibrio entre la familiaridad y el decoro, como denuncia nuestra lectora Ana. Hoy por hoy, se intenta que cada uno de los trabajadores de la tienda se comporte de la manera que representaría el concepto de ese establecimiento y, por esa razón, se puede esperar que en una tienda de lujo los vendedores se comporten de forma más educada y distante que en un establecimiento de ropa juvenil. Pero ello no nos exime de traspasar ciertas líneas que no deben ser cruzadas, como ocurre en este caso. Paloma Saá, profesora de comercialización e investigación de mercados de la Universidad CEU San Pablo, indica que “el trato influye de manera importante en la aparición de la disonancia cognitiva, que surge cuando recibes un servicio muy inferior a tus expectativas, lo que hace que no vuelvas a comprar”.
  • “Que lleves cinco minutos esperando, no te hagan caso, y llegue otro y lo atiendan porque está más cerca”. A todos nos ha ocurrido, y en ese momento, todos nos hemos hecho la promesa de que no volveríamos jamás. Nuestro lector José Luis indica que, de esa manera, “se corta el rollo y toda la mesa empieza a buscar camareros”. Se encuentra en la misma línea que otros comportamientos relacionados con la profesionalización y experiencia del camarero, ya que son errores propios de un principiante. Como indica Paloma Saá, “no puede ser que un país que vive del turismo en un grado como el nuestro, sigamos permitiéndonos ciertos comportamientos”.
  • “Si me paras por la calle para ofrecerme un menú, no como en tu restaurante”. Una de las experiencias más tortuosas para todos aquellos que se pasean por las calles más turísticas de las grandes ciudades europeas es la de esquivar a todos esos camareros que, menú en mano, se interponen en tu camino con el objetivo de que entres en su restaurante (por mucho que sean las cinco de la tarde). En este caso, defiende Sáa, lo importante es “cómo atraigas al consumidor. El bueno es el que es capaz de hacer entender al cliente el beneficio que va a obtener y sabe lo que necesita, y el malo, el que simplemente ofrece su producto y te dice que tienes que comprarlo porque sí, porque es el mejor. Esa época ya pasó”.
  • “Que me agobien nada más entrar”. Un problema semejante al del punto anterior, y en el que se confunde ser un dependiente solícito con, simple y llanamente, ser un pesado. Por eso, algunas empresas tienen un código muy concreto sobre cuánto tiempo se debe esperar antes de dirigirse al cliente, de qué manera interactuar con él y a qué distancia mantenerse del mismo mientras observa los productos disponibles.
  • “Que me pidan el correo electrónico, el teléfono y la dirección”. Algunos lectores consideran esta práctica como una intromisión en la privacidad del cliente, que siente que la información va a ser utilizada para ser bombardeado por spam o a saber dónde. Para Saá, “lo importante, en estos casos, es saber para qué se va a utilizar esa información. Si no lo sabes muy bien, desconfiarás, pero si por ejemplo sirve para prestarme un servicio mejor, como en el caso de Amazon, que te recomienda lo que te puede interesar, es útil, sobre todo en establecimientos con tantos clientes que no puedes conocer las preferencias de cada uno de ellos”.

  • “Que te cobren los hielos del café o la jarra de agua”. Algo que todos los expertos califican de locura, ya que aporta unos beneficios pecuniarios tremendamente limitados comparados con todo lo que podemos perder por unos míseros euros. Víctor Molero se pregunta “¿qué te vas a ahorrar, 10 céntimos? Es de una miopía extraordinaria, estás perdiendo mucho más de lo que dejas de ganar. Lo importante para un comercio debería ser que el cliente saliera feliz de allí”. Patricia Saá recuerda que “el cliente es una inversión diaria, como ocurre con cualquier relación humana”.
  • “Que tengan de todo menos de lo que he ido a buscar”. Uno de los problemas que han de afrontar las tiendas físicas en su competencia con las online es que el stock de estas últimas es mucho mayor, almacenado en naves inmensas que dan salida a las demandas de los clientes. Por eso, es un hándicap añadido saber de qué productos disponer en nuestra tienda y de cuáles podemos prescindir, y puede dar lugar a esa frustrante situación que es no encontrar lo que necesitamos.
  • “Que me llamen ‘cariño’ dependientas que podrían ser mi hija”. Una queja expresada por nuestra lectora Inés. Víctor Molero cree que en el momento actual “hay demasiados dependientes que carecen de la formación, la experiencia y la vocación que sí puede tener un profesional”, aunque cree que puede haber algo “cultural” en este tipo de tratamientos: “no es lo mismo cómo te puede tratar una dependienta del norte de Europa que una de Venezuela”.
  • “Que me vendan lo que ni quiero ni necesito ni me interesa”. Víctor Molero cree que “tenemos una creencia muy implantada en el comercio, la venta y la publicidad que es importantísimo cambiar, según la cual, en las compras, siempre hay alguien que gana y alguien que pierde”. Es decir, si se vende un producto, es porque el mayor beneficio es obtenido por el comerciante. “La finalidad no debe ser vender, sino asistir al comprador, asesorarlo, incluso si eso le lleva a otro establecimiento. Porque lo importante es que puede haber perdido una venta, pero ha ganado la confianza del cliente”.
  • “Que te retiren el plato antes de terminar, o para que te marches”. Muchas veces, en el mundo de la hostelería, los camareros envían un sutil mensaje al indefenso cliente en forma de retirada rápida de platos, de la aparición súbita de la cuenta encima de la mesa sin haber sido solicitada o, simple y llanamente, recordando al cliente que es hora de desalojar. Se trata de uno de los grandes errores de la hostelería, por mucho que intente dar respuesta a la gran demanda de algunos comercios: comer en un restaurante no consiste únicamente en consumir unos productos, sino también de gozar de un tiempo y unas comodidades que están reñidos con estas prisas.

LA CULPA NUNCA ES NUESTRA: QUIENES MÁS SE QUEJAN, MENOS RAZÓN SUELEN TENER




Una de las máximas intocables de los servicios de atención al cliente, al menos desde que se comenzó a extender la popular sentencia  que afirma que “el cliente siempre tiene la razón”, es que no hay que llevar nunca la contraria al consumidor ya que es el que en primera y última instancia garantiza el éxito de nuestra empresa. Aunque, por lo general, la frase se refiera a que es preferible dar tu brazo a torcer y conservar un cliente que no hacerlo y perder diez compradores, cada vez existe más evidencia de que, efectivamente, el consumidor rara vez tiene la razón en sus quejas. La última muestra en este sentido es un reciente estudio publicado en el Journ al of Marketing Research, realizado por Lea Dunn y Darren W. Dahl de la escuela de negocios Sauder de la Universidad de British Columbia en Vancouver (Canadá), que afirma que es más bien al contrario: cuanto más se queja un cliente, más probable es que sepa en su fuero interno que no tiene ninguna razón.
Si se nos dice que la culpa del fallo es nuestra, estaremos más inclinados a protestar en atención al cliente “Mostramos que cuando se le da oportunidad de quejarse a los consumidores que tienen una atribución interna de culpa hacia el fallo del producto, son mucho más negativos con dicho producto y con su evaluación de la marca”, concluyen los investigadores canadienses de psicología y marketing social. En otras palabras, cuando nos sentimos mal con nosotros mismos por la adquisición de dicho producto –o por no haber comprendido correctamente su funcionamiento o utilidad–, estamos destinados a descargar toda nuestra ira en los servicios de atención al cliente de la empresa a la que hemos adquirido el producto.
La culpa del consumidor
Lo más llamativo en el presente estudio es comprobar de qué manera el sentimiento de culpa condiciona nuestras creencias y actitudes: los profesores dividieron en dos grupos diferentes a los encuestados, entre aquellos que pensaban que eran los únicos que habían tenido problemas con el producto adquirido, y aquellos a los que se les dijo que era un fallo frecuente y que no era culpa suya, para comprobar que reaccionaban de manera muy diferente, y además, completamente opuesta a lo que cabría esperar. Es decir, frente a lo que parecería dictar la lógica, aquellos a los que les fue señalado que el error era de la compañía y no del consumidor, tendían a ser mucho más comprensivos con la marca que aquellos a los que se les había hecho creer que el fallo era suyo. Precisamente, estos reaccionaban a la defensiva cuando era su turno de realizar una reclamación frente a los servicios del consumidor. Una última diferencia definitiva: el primer grupo, aunque supiese que la culpa no era suya, estaba más dispuesto a admitir una hipotética equivocación que el segundo, que sabía con total certeza que la culpa era suya.
Cuando piensas que es tu culpa que el producto falle, te proteges a ti mismo y proyectas la culpa”, señalaba la investigadora Lea Dunn. En realidad, lo que aquí está en juego es el habitual mecanismo de autoprotección que se pone en marcha cuando sabemos que la responsabilidad de un error es nuestra pero admitirlo sería altamente dañino para nuestra autoestima. Como se señala en el estudio, “cuando el fallo se percibe como amenazante, tanto las evaluaciones posteriores como el contenido de las quejas cambian”. Además, las nuevas tecnologías y formas de comunicación son especialmente relevantes en este sentido. Puesto que la mayor parte de ellas no se realizan en persona –en cuyo caso se atenuarían de manera significativa–, es más probable que los consumidores expresen su malestar de manera mucho más enconada y con una frecuencia mayor, ya que “han dejado de existir la inconveniencia, vergüenza o la amenaza de la confrontación social” que sí aparecían en las relaciones en persona.
Las empresas deben estar preparadas para ser más constructivas que nunca en su relación con el cliente. Por supuesto, la moraleja para los servicios de atención al consumidor son muy claras si lo que se pretende es evitar problemas con los clientes, y así se manifiesta en el artículo: tal y como reza el refrán, deberíamos seguir dando la razón a los consumidores y hacerles pensar que el fallo no es suyo. El gasto será el mismo y nos ahorraremos tensas discusiones que en lo único en que pueden derivar es en la pérdida de futuras ventas y en un perjuicio irreversible para la propia imagen de la empresa. La investigación recuerda que, debido a que ahora los consumidores están más inclinados a quejarse que antes, y que lo van a hacer de manera más feroz, las empresas deben estar preparadas para ser más constructivas que nunca en su relación con el cliente.
Sentirse mejor después de discutir
La bibliografía que existe respecto a este tipo de comportamientos por lo general se había centrado en las empresas que efectivamente habían proporcionado un mal servicio o un producto que no era el prometido. Y lo que estudios como el realizado a finales de los años setenta por Claes Fornell y Robert A. Westbrook demostraron en el pasado es que, como sospechábamos, nos quedamos mucho más contentos después de habernos quejado frente a la compañía que nos ha vendido un producto defectuoso. “Quejarse es, en definitiva, una manera de que los demás sepan tus sentimientos cuando la decepción por un producto aparece”, señalaban ambos estudiosos en aquel texto canónico, que también reconocía que la información del consumidor debería ser complementada por una educación del mismo que le hiciese saber dónde buscar esta información y cómo comportarse en estos casos.
Por su parte, Valerie S. Folkes señaló en un estudio publicado a mediados de los años ochenta bajo el nombre de Reacciones del consumidor al fallo del producto: un enfoque atribucional en una dirección completamente opuesta al presente estudio, ya que afirmaba que cuando la causa del error del producto era externa (por ejemplo, era defectuoso), nos encontramos más inclinados a quejarnos a la compañía. Sin embargo, señalan los profesores en su último estudio, todo eso ha cambiado para siempre gracias a la cada vez más estrecha cercanía entre consumidor y compañía.